viernes, 9 de mayo de 2008

EDITORIAL





La primera mancha que hice fue con el pie, sin darme cuenta y boca arriba dentro de una cuna transparente parecida a una pecera. Sobre el pequeño cartón quedó grabada la planta de mi regordete pie de diez centímetros acompañado de la hora, el lugar y la fecha de mi nacimiento.


Recuerdo también a mi abuela, que parecía una osa gigante con un garrote de madera, dejándome subir a un banco para preparar los aderezos. Un poco de polvo rojo, otro poco de esa verdura que hace llorar y otro poco de esa salsa amarillenta. No entendí hasta muchos años después, como ese revoltijo de colores y olores intensos se convertirían después en un guiso soberbio, lleno de sabores y en escencia, completo.


La siguiente que recuerdo fue de una de mis primeras visitas al psicólogo: puedo sentir hasta hoy como me gustó tener la sensación de estar metido en una película de detectives y criminales, jugando con las respuestas para confundir a mi amable pero anticuada terapeuta…
-“En esa veo un arma nuclear escondida debajo de una represa construida por castores”
Hoy, que revuelvo mis pensamientos para encontrar una razón para esta publicación me encuentro con imágenes que convergen siempre en el principio de algo. La mancha como una manera de empezar a empezar. Nunca pensé demasiado acerca de los tests que me ponía Alicia sobre el escritorio de su consultorio; tampoco acerca del aderezo de mi abuela, y me rehúso a pensar entonces, demasiado en esto.


Pero sí, lo pensamos horas.


Y mientras Gonzalo, Nicolas, Jose Carlos, Sergio y yo nos garabateabamos las manos, tuve la impresión de que entendimos todos que hacia falta comunicar; nos dimos cuenta que es necesario traspasar la información que acumulamos a diario, que necesitamos enseñarnos a nosotros mismos a generar posturas críticas sobre el mundo que nos rodea (porque nadie nos lo enseña), que debemos enseñarnos a nosotros mismos lo que somos capaces de hacer con nuestras ideas ( porque nadie nos lo enseña) y lo más importante, que debemos darnos cuenta que desde ahora, cada mancha que hagamos puede ser el principio de una experiencia.


Paulo Novoa

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