miércoles, 3 de diciembre de 2008

GOTAS por Rafael Gutierrez

Había un chico parado en una playa bajo la lluvia tratando de prender un cigarro.
Esta ciudad no conocía vientos así
y las nubes solían ir más lejos de la costa antes de mojar todo de tal manera;
la arena, la ropa del chico, su pelo y su cigarro aún sin prender.
Las olas estallaban cerca
la superficie entera del mar salpicaba.
Él seguía intentando con el encendedor, el cual apenas emitía unas enanas lucecitas.
Empezó a creer en que ese cigarro empapados nunca lograría prenderse, pero aún no estaba listo para dejar de tratar.



Las últimas gotas sonaron más rápido y agudas mientras cerraba el caño para encontrarse con una tina llena, y según el vapor, caliente.
Se metió rápido para evitar el frío que había llegado tan de pronto al quitarse la ropa.
Tenía que doblar las piernas un poco para poder entrar completo, su cuerpo tan largo que sentía tan torpe. Los vellos de sus piernas pegadas a la piel. La pubertad había llegado hace casi 10 años pero él nunca llegó a acostumbrarse.
La altura era apenas una ventaja; sus rodillas con piel de gallina como si hubiese podido pasar una brisa en ese baño sellado de losas celestes y blancas.
Sumergiendo la cabeza escuchaba todos los sonidos de su cuerpo chocando con las paredes de la tina. Abre los ojos tratando de visualizar las onomatopeyas de aquellos golpecitos y de pronto llegan memorias que tuercen tanto su mente como sus pupilas.
Ese baño blanco de color frío había tenido más propósitos que la higiene en el pasado.
Siente un sonido diferente; un golpe contra madera y luego una voz borrosa y grave diciendo algo que a pesar de la distorsión reconoce como su nombre.
Saca inmediatamente la cabeza a la superficie.
-¡¿Qué?!
-¿Estás bien?.
Es su mamá.
-Sí.
Pasos que se alejan.
Se limpia los ojos, apretándoselos con los dedos y luego no puede evitar sentirse irracional al pensar que puede ver una lágrima fluyendo con el resto del agua dentro de la tina.



‘No es el encendedor, es el clima’, piensa antes de gritar
-¡Encendedor de mierda!
Lo lanza hacia un costado y se desploma sobre la arena más cercana al mar.
Esa arena al que no le importa la lluvia ya que siempre está mojada.



Su cama sí logra encajar con su altura, y a pesar de ser estrecha, logra albergarlo junto con ella.
Era inevitable que notase la pintura carcomida del techo.
-¿Qué pasó? ¿Por qué está así?
-Hace unas semanas hubo una fuga en la lavandería de arriba y se mojó todo.
Se filtró el agua y se empapó todo el piso. Tuve que poner baldes y periódicos y así estuve por casi una semana hasta que por fin vino alguien a arreglarlo.
-Casi una semana con agua filtrándose por el techo..
-Sí. Al principio era divertido porque era como si lloviese dentro de casa, pero luego se puso un poco deprimente, la verdad. Empezaron a mojarse mis zapatos, mi cama, mis libros.. mi gato no quería ni entrar al cuarto.
-Pobre.
Él se paró y abrió las cortinas. Se quedó mirando afuera un rato y luego la miró a ella.
-Estoy feliz de que estés aquí, ¿sabes? Siento que las cosas han cambiado justo cuando era más necesario que lo hiciesen.
Fue como si ella se hubiese acordado de algo repentinamente ya que en un solo gesto se sentó, cogió su cartera del suelo y empezó a revolotear todo lo que había dentro.
Él empezó a sentirse nervioso al ver que ella no contestaba. Se sentó al lado suyo y siguió:
-Escucha, de aquí en adelante es posible que alguna vez pierda la calma. A veces no sé qué me pasa. Es como si me quedase estancado en un lugar muy lejano y muy solitario.
Un hoyo de lodo.
Ella dejó la cartera de nuevo en el suelo, y con un lapicero en la mano cogió el brazo de él y empezó a pintarle.
-Tonto. Yo nunca te voy a dejar solo.
Quizá era un poco lo que él necesitaba oír. Pero cuando vio que en su brazo ella dibujaba un pequeño paraguas, lo supo con más claridad: eso era exactamente lo que él necesitaba ver.



Sentado en la orilla terminó empapándose por completo, y toda la arena que cogía se le resbalaba de los dedos manchándole.
La tristeza se convirtió en rabia.
El cigarro había quedado roto y enterrado en toda ese barro granuloso y revuelto.
De rodillas empezó a lanzarle golpes al agua y luego, al pararse, patadas.
La rabia se convirtió en locura.
Corrió hacia el mar y se sumergió en él; con los brazos abiertos se dejó llevar por la corriente, que le alejaba de la costa.
Lágrimas fluyendo con el agua de nuevo, pero esta vez él se preguntaba si aún sería considerado ‘ahogarse’ si es que simplemente dejase de respirar.
Las olas le cubrían, jalándole del agua a la superficie en la cual su cuerpo apenas flotaba de manera natural.
Con la locura ligeramente deshecha, se frotó los dedos contra los ojos para limpiarlos y logró divisar algo en la costa, donde él acababa de estar.
Una silueta.
Se volvió a limpiar los ojos para ver mejor pero con la lluvia aún todo era borroso.
Trató de nadar, pero no avanzaba mucho debido a la corriente. Aún así siguió intentándolo, aunque fueran a acabarse todas sus fuerzas, porque en ese momento habría dado todo por confirmar lo que pensaba haber visto;
alguien parado debajo de un paraguas.

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