miércoles, 3 de diciembre de 2008

EL FUTURO IMPROBABLE por Nicolas Cárdenas Claux




El Futuro es una revisión del pasado acumulada en el presente. Todo ser vivo tiende a perpetuarse en el futuro a través de mecanismos que se aplican en el presente y que incluyen, necesariamente, las experiencias vividas en el pasado. Aunque los seres humanos nos atribuimos de forma exclusiva la capacidad concebir algo tan abstracto como el tiempo, en realidad esto está presente en todos los seres vivos, quizá no como una conciencia absoluta pero si como instinto (memoria colectiva), herencia genética y preferencias sexuales, entre muchas cosas más.
Desde el Cromagnón, los autodenominados como los Elegidos, intentamos perpetuar antes que nada nuestra cultura, aquello que supuestamente nos eleva a la esfera de semidioses. Pero no basta con discriminar a otras especies, nuevamente aplicamos nuestro (pre)juicio de valor a comunidades, razas, y nacionalidades discutiendo qué ángel tiene más plumas en las alas. La salvación (no necesariamente religiosa) es el fin del futuro, el final de la historia. Todos quieren tener el control en aquel día para poder decir: Yo soy el bien y el mal es todo lo que no soy yo.

Para todo esto la comprensión de la historia es esencial, pero no se vuelve tan evidente hasta la modernidad (¿o es que me resulta muy difícil ver más atrás?). Los enciclopedistas, el progreso escalonado, la teoría de la evolución, la revolución industrial, etc... nos lanzan a la carrera hacia el futuro de una manera nunca antes vista. Las vanguardias fueron tanto consecuencia como impulsoras de esto, nos marcaron el rostro a lo largo del siglo XX y aún tenemos las cicatrices. Con la revolución tecnológica y el crecimiento de los medios de comunicación la cuestión se vuelve exorbitante. Esta carrera hacia el futuro modifica tanto el presente, que se vuelve una búsqueda de identidad. Esta identidad se manifiesta a través de las expresiones culturales.

Hoy en día, nos hemos dado cuenta que no existe un camino ascendente, que no tenemos necesariamente que superar al otro o dejarlo atrás para definirnos. Necesitamos tan solo ser lo que somos. Así, los pequeños grupos liberados por la tecnología y los medios de comunicación encuentran la expresión que tanto buscaban, y se conectan de un lado a otro del mundo. Se detiene la carrera antes de la meta, no le damos tiempo al nuevo genio; la gente está cómoda en familia. Ya no se necesita nada nuevo, los punk son punk, los metaleros escuchan metal, los rastas fuman hierba y los emos siguen tristes (ni me digan que es un fenómeno nuevo que no les creo). Inclusive hoy en día se sigue haciendo arte fluxus, lo que supuestamente era una vanguardia experimental.
Entonces nos llenamos y llenamos de información que nunca puede terminar de estudiarse. Nos volvemos cazadores de estéticas, una más que captar, una más que asimilar, una que nos cambia más. Y estamos así hace un buen tiempo, sin nada realmente nuevo. Dándole vueltas a todo lo que la humanidad ha creado en los miles de años de historia que tiene. Es como si viviésemos en una época congelada. Una edad media sin la palabra de dios, rellenada con los “yo soy” que ya no sorprenden.
Hoy el tiempo no existe, nacerá de las obras y de los pasos por venir. No tenemos un pasado, por lo menos no uno propio. El pasado que tenemos está impuesto por la línea de sucesión; pero no es que no nos pertenezca, somos nosotros los que no pertenecemos a él ya que no hemos creado en él. Aún así, lo revisamos todos los días, lo estudiamos y hasta nos sentimos identificados con el. ¡¿Cómo puedo sentirme identificado con un texto, si el idéntico real pasa frente a mí y no lo reconozco?!

Estamos ya un buen tiempo en el retro, en el re-make, buscando constantemente aquello que no vimos. Pareciera que nos faltara un genio, alguien tan impresionante que nos reformatee de todo este ajuar tecnológico y de la falta de ideologías. Alguien (o algunos) que imponga, a través de la seducción, nuevos ojos en la gente. Por otro lado, no creo que falte talento. Existen muchas pruebas de que si hay, y muy bueno. Pero no vemos aún un espíritu que nos transforme este joven siglo XXI.

Por eso es que tenemos que regresar a plantearnos las primeras preguntas. De nuevo ¿Qué es esta carne y qué quiere de mí? ¿Dónde estoy y cómo puedo hacer para ser feliz? De arranque hay que rasgarse las vestiduras y retarnos en la naturaleza, donde las reglas son justas para todos como para nadie, donde no hay herencias que nos aten. Mantengamos la lucidez suficiente para ver cual es nuestra realidad, la que nos atañe directa y físicamente. Eso significa saber mirar a los costados y no solo adelante, que tu futuro puede estar en cualquier dirección. Gracias a la memoria tendremos que pasar una y otra ves por el mismo punto, dispuestos a revivir todos los errores. Bajemos del satélite artificial con el que orbitamos y caminemos por primera vez. Hay que ensuciarnos los pies con la tierra, que desde ahí, el cielo se ve aún más amplio y dan ganas de volar en serio.

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